CAPITULO VI "La niña misteriosa: parte III"

domingo, 11 de abril de 2010

 


“Enki”


No sabía como era, no sabía donde, como o cuando la encontraría, lo único que sabía con certeza era que ella estaba ahí, en algún lugar... y que teníamos una misión que deberíamos completar a cualquier precio.

La busqué desde mi llegada, viajé por todo el mundo, tratando de encontrarla, me enfrenté al enemigo en batallas solitarias, pero sin ella no tenía sentido...

... la necesitaba...

Recuerdo claramente nuestro primer encuentro, fue en Esocia, durante los últimos años del reino de los pictos, en el nacimiento del río Annan, a los pies dle Hart Fell. El agua era clara y la noche una de las más frescas del verano, me senté en una piedra a sus orillas, vi como la luna bailaba sobre la corriente tranquila.

Escuché un crujido de hojas secas en la otra orilla, rápidamente me escabullí entre los arbustos, tomé mi arco y esperé, de pronto la vi: una niña de largos cabellos oscuros y desordenados que se acercó a la orilla del río con timidez, miró de un lado a otro y sin molestarse en quitarse la ropa, caminó lentamente hasta llegar a la mitad del río, llevó sus manos con agua a su rostro y sonrió.

Jugueteó un largo rato con el agua, enjuagó sus cabellos y bebió del transparente líquido. La miré en silencio, me habían dicho que al verla lo sabría, ¡Sabría que era ella!

No quería asustarla, me pregunté si me reconocería, después de dudarlo un poco, decidí salir a su encuentro, despacio, me deslicé entre la dulce corriente. Ella se dió la vuelta sorprendida, y me miró con esos hermosos ojos oscuros.

- No temas, no te haré daño... –sonreí- soy yo...

Extendí mis alas blancas, ella me miró boquiabierta, se acercó a mi lentamente, y de la misma manera, al estar a escasos centimetros, deslizó sus suabes dedos sobre mis alas, me rodeó observandome, luego sonrió y extendió sus alas, me sorprendí al ver la diferencia, nadie me había dicho “eso” sobre ella, sus alas... eran...

- Fi... shaintu saila... –susurró dulcemente-

Emocionado, sonreí al escuchar mi idioma natal. Habíamos pasado muchos años juntos desde entonces, a la hora de enfrentarnos ante el mal, luchamos juntos, pero al final... fuimos separados. La busqué de nuevo, no podía vivir sin ella, me sentía incompleto...

Nuestro segundo encuentro fue muchos años después, en una granja a pocos kilómetros del río Arno, en Italia, aun en la edad media...

Ese año hacía mucho calor, una terrible sequía había reducido el caudal del río, y la mayoría de cosechas se habían perdido.

Al parecer viviía con unos ancianos que la habían encontrado, la observé desde los árboles por varios días, pero sólo salía de noche a cantar bajo las estrellas, a veces escuchaba a nuestros hermanos cantar con ella, desde lo alto, sus voces la acompañaban en un hipnótico y dulce coro, los ancianos sonreían felices al escucharla, era como la hija que nunca habían tenido.

Me pregunté... si había olvidado como controlar sus poderes...

Un día, la ví salir a plena luz del sol, al contacto, sus alas rompieron su sencillo vestido blanco, los ancianos vivían muy lejos de la villa, así que ella salió despreocupada. No había llovido por muchos días, y la cosecha parecía no tener salvación... caminó hasta el centro de la siembra y se detuvo.

Suavemente comenzó a entonar dulces “la”, “re”, “si”... los ancianos casi llorando la miraban con esperanza, en su canto comenzó a bailar entre la siembre, despacio, con las manos extendidas al cielo, y sus alas que de cuando en cuando la elevaban un poco al saltar. El fuerte sol y el aire pesado, pronto fueron opacados por una fresca brisa del norte, nubes grises comenzaron a verse en la misma dirección, arrastradas por el viento seguramente.

- Fes.. din, rulei, fluas doi... –cantaba dulcemente-

Pronto el cielo azul se volvió completamente gris, yo conocía la magnitud de su poder, así que no me sorprendí, pero los ancianos boquiabiertos no podían creer lo que veían. Ella no se detuvo, los árboles a mi alrededor se mecían con el viento, y de pronto, en el crescendo de su canción, se escuchó un trueno y frescas gotas de lluvia cayeron del cielo, la tierra las recivió con alegría.

Las alas en su espalda desaparecieron, pues la luz se había marchado y una dulce lluvia ocupaba ahora su lugar. Al posar sus pies en la siembra, esta cosechó instantáneamente, hermosas coles por un lado, finas hojas verdes de zanahorias por allá, redondas hojas de patatas a la izquierda, las matas de tomates regeneradas, habían dado un hermoso fruto. Ella sonrió emocionada, corrió hasta los ancianos con un tomate en su mano...

Habían sido tantas las veces que nos habíamos encontrado y separado, pero ahora en el presente, ya no quería perderla de nuevo, me prometí a mi mismo que esta vez... esta vez no la dejaría ir.

En medio de todos estos pensamientos, sonreí al verla y salí de aquel almacén que todavía olía al perfume que se había caído...

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